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La aurora de Nueva York. |
Para Mayo de 2001, yo tenía poco más de un par de meses dedicado a la escritura. Había creado algunos textos, pero eran simples pastiches e intentos de sonar "lovecraftiano" que no terminaban de convencerme. También tomaba cierta influencia de las obras de Carlos Fuentes (de Cantar de Ciegos, en particular. Confieso que tuvieron que pasar varios años antes de que pudiera entender La Muñeca Reina, pero las descripciones hechas por Fuentes ya me parecían magistrales a los 15), tras encontrar algunos de sus libros en la biblioteca paterna. Aquellos intentos de redacción pueden ser calificados, ya desde la perspectiva de más de dos décadas, como irrelevantes... y, a pesar de ello, también fueron la respuesta a un afán de creación literaria que estaba experimentado en plena adolescencia, que es cuando la creatividad (en mi opinión) suele tener su momento máximo, buscando alguna forma de ser liberada. Diría que es uno de los puntos en los que el ser humano muestra su mayor creatividad, la cual va disminuyendo en conjunto con el avance de la edad. Tiene sentido, si pensamos las cosas de manera filosófica, al tratarse del periodo en el que estamos entre la niñez y la adultez... Pero me estoy yendo por otro lado.
El caso es que a mí me interesaba la prosa. No tenía mucho entusiasmo por la poesía, y de hecho ni siquiera había pensado en la idea de componer algún poema. Y sin embargo, las cosas iban a cambiar muy pronto...
I. A las cinco de la tarde...
No recuerdo qué fue lo que me llevó a decir "ya estuvo bien con la prosa", para entonces probar suerte creando algo de lo que no tenía la menor experiencia o, hasta dicho momento, gusto. Quizá fue la necesidad romántica de expresar lo que sentía por... cierta pequeña animada de la que ya he hablado muchísimo en las últimas semanas. O tal vez se trataba de algo que me quedaba natural, dado que siempre fui más "feeler" que "thinker", usando términos de profundidad -y credibilidad- cuestionable. Todo lo que puedo decirles es que, sin planearlo mucho, escribí mis primeros intentos de poesía. Y que no salieron tan mal como esperaba.
Le empecé a tomar gusto a la idea, y llegó el momento en el que estaba produciendo muchos más poemas que cuentos. Aún conservo las libretas que solía utilizar para escribir en dicha época, y en ellas puedo ver una cantidad muy grande de poemas, acompañados de dos o tres historias que -por lo que he notado- ni siquiera me molesté en terminar. Y es que puedo comprender que a mi "yo" adolescente le venía mucho mejor, al final, una manera de expresar las emociones por medio de la metáfora y la brevedad de palabras. ¿Los cuentos? Podía improvisar y modificarlos una y mil veces en mi propia mente, sin necesidad de dejar su registro en papel (y pienso lo mismo, todavía. Por ello es que no le veo sentido a escribir cuentos o novelas, cuando tengo tantas ideas que difícilmente quedaría conforme con la única versión de una historia. Si me pusiera a escribir todas esas ideas que llegan y llegan, nunca terminaría, porque siempre encontraría una forma de cambiarlas o expandirlas).
Ahora bien, podría decirse que los poemas que llegué a componer durante mis primeros meses de escritura fueron "tradicionales", en el sentido de que no buscaba alguna manera de expandir mi estilo. Me enfocaba mucho en lo que yo consideraba que debía ser la poesía, tomando como ejemplo aquello que me resultaba conocido de dicho arte: trabajos de Bécquer, de Darío, Acuña, López Velarde... en otras palabras, y con excepción de ciertos casos, no trataba de experimentar con las letras. Esto cambió para los primeros meses de 2002, cuando al revisar uno de los viejos libros de texto de mi hermana mayor (estuvo en colegio privado durante toda su educación básica, lo que le dio acceso a libros muy distintos de los que nos proporcionaban en las escuelas públicas. Fui el menor de 3 hermanos; ya no era tan importante que yo estuviera en colegio "especial"... lo que fue mejor, honestamente), pude leer un poema titulado La Aurora, del autor español Federico García Lorca:
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La Aurora ("Español Activo - Tercer Curso", Lucero Lozano) |
La Aurora pertenece al libro Poeta en Nueva York, escrito por Lorca durante su estancia en dicha metrópoli norteamericana entre 1929 y 1930, como residente de la Universidad de Columbia. El poeta andaluz se afilia al movimiento surrealista con dicha obra, que en ese momento estaba tomando más fuerza en el medio del cine y la pintura (con los claros y evidentes ejemplos, muy relacionados con el propio Lorca, de Luis Buñuel y Dalí). Me resultaba increíble pensar que el autor de los versos de Muerte de Antoñito el Camborio fuera, también, el creador de las escenas angustiantes del amanecer en Nueva York. No, no era increíble... Era magnífico. Y yo tenía mucho por aprender...
II. No es sueño la vida
Para 2004, con mi entrada a la Universidad, mis andanzas poéticas se terminaron por algunos meses. Me volví más "racional", como sólo puede volverse un cerebro que trata de comprender la teoría de la Contabilidad, cuando está más hecho para hablar de lenguaje que de números. Al poco tiempo, sin embargo, retomé la creación literaria con lo que fue mi segunda y tercera época como poeta (ya he contado esa historia). En 2006 conseguí un ejemplar de Poeta en Nueva York, que me gustaba leer por las tardes en un parque cercano... y, siendo una de mis temporadas más prolíficas en cuando a escritura, no pasó mucho para que formara mi propia versión (pastiche, bien podría decirse) de un poema de corte urbano, en el que intentara representar mis propias emociones sobre el paisaje citadino. Aquí les comparto dicho texto, que es de los pocos que se conservan de mi periodo como parte de Arihua.net:
Poco después escribí un texto en prosa llamado En la Ciudad (II), el cual era semejante al poema que han podido leer, pero más orientado a la cuestión emocional. La huella del surrealismo de Lorca se mezclaba con el descubrimiento de las letras de Morrissey (mi ídolo en tales ayeres. Tengo algo planeado para Noviembre sobre el dandy de Manchester), dando como resultado un estilo muy diferente al que había demostrado en mis viejos intentos creativos. Y ya en 2011 produje otra "poesía urbana" llamada El Blues del Lunes, la cual creo que está perdida. Pero ya hablaremos más de esa época en otra ocasión, por supuesto.
Poeta en Nueva York no sólo representó una fuente de inspiración para mis torpes creaciones. El maestro Leonard Cohen reconoció en diferentes ocasiones la influencia de Lorca en sus propios trabajos, llegando a adaptar musicalmente en 1986 el Pequeño Vals Vienés como Take this Waltz (se cuenta que dedicó 150 horas para lograr una traducción perfecta del texto original al inglés, lo que puedo creer de un hombre de la altura de Cohen). En ese mismo año, de hecho, se publica el álbum Poets in New York, a manera de homenaje por los 50 años de la muerte del autor andaluz. Este disco, encabezado por el tema de Cohen, incluía versiones musicales de algunos de los textos de Poeta en Nueva York, en diferentes idiomas y con las voces de figuras como Georges Moustaki, Víctor Manuel, Donovan y Patxi Andión. Escuchemos a Raimundo Fagner y Chico Buarque con su adaptación al portugués de La Aurora:
Pueden encontrarse otras versiones del poema de Lorca con acompañamiento musical... entre ellas, la más famosa tiene que ser la de Enrique Morente y Vicente Amigo. Ahora, si me lo preguntan, yo creo que la mejor es la que grabó el rockero español Loquillo en 1998 (parte del disco Con Elegancia), junto con nada más y nada menos que otro maestrazo: Luis Eduardo Aute.
Cerramos el post, camaradas. Para la próxima actualización del blog tendremos el Steam Next Fest de Octubre, con 14 títulos de los que vale la pena hablar... de algunos más, de algunos menos. Pero aquí estaremos. Y, claro: luego vendrá más poesía, con Renato Leduc y su "sabia virtud".
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